lunes, 5 de febrero de 2007

José Antonio Páez de primera lanza a fundador de Venezuela III


Triunfo a triunfo consolida su liderazgo

Además del de La Mata de la Miel y el Paso del Frío, Páez obtuvo una sucesión de triunfos en el Yagual (11 de octubre de 1816), Achaguas (14 de octubre), Banco Largo (7 de noviembre) Nutrias, Palital, Rabanal, Mucuritas, en la que derrota incendiando la sabana al brigadier Miguel de La Torre el 28 de enero de 1817; y San Fernando y Pedraza, mediante rápidas y sorpresivas acciones que desconcertaron a los realistas. Entre otros combates librados por Páez el año 17 se cuentan también: San Antonio de Apure (San Antonio de las Cocuizas) el 13 de abril de 1817; paso de Apurito el 18 de junio; paso de Utrera el 20 de junio; Barinas el 14 de agosto y Apurito el 8 de noviembre.
La muerte de Francisco López

El coronel Francisco López que había sido su oponente desde La Mata de la Miel hasta Nutrias, en 1816, fue hecho prisionero por Aramendi y Páez, que había sido agasajado recientemente por este jefe español, lo mandó decapitar. Era la época de la terrible guerra a muerte y los galones se ganaban por el empeño en la barbarie, por parte de ambos bandos.
La emigración llanera

Las tropas de Páez se movían sin cesar cubriendo el territorio entre el Casanare, el Apure y el Arauca, y aumentaban considerablemente en cada incursión, se le unían, además, niños, mujeres y ancianos aterrorizados por la cercanía de los realistas quienes en 1817, al mando de La Torre, lograron apoderarse de Guasdualito y Pore. Esta movilización del ejército de Páez se conoció como “La Emigración” y constituía de hecho, un pueblo errante en armas.
Páez reconoce a Bolívar como jefe supremo

En mayo de 1817, Santiago Mariño envió al comandante Rafael Rebolledo a El Yagual, cuartel general de Páez en ese momento, para obtener el apoyo del caudillo llanero al “congresillo” de Cariaco, y el reconocimiento de Mariño como jefe supremo, Páez se negó rotundamente. El 31 de julio, fecha que pone fin al gobierno llanero de Guasdualito, Páez reconoce, ante los coroneles Manuel Manrique, Cipriano López y Francisco Vicente Parejo, al Libertador, a quien no conoce personalmente, como jefe supremo de la República, poniendo a su disposición sus tropas y sus armas, reconociéndolo a la vez como comandante en jefe de los ejércitos. Los comisionados del Libertador le llevaron el despacho de general de Brigada, que con fecha 19 de mayo de 1817 había expedido en Angostura, lo que era una ratificación ya que, como hemos visto, Páez venía actuando con ese rango desde el año anterior.
La campaña de los llanos

Bolívar, en Angostura constituye el Consejo de Estado mediante decreto del 30 de octubre, era un primer esbozo de gobierno que se consolidaría con el Congreso de Angostura el 15 de febrero de 1819. El granadino Francisco Antonio Zea fue encargado de la presidencia del Consejo acompañado, entre otros, por Fernando Peñalver, José María Ossa, Vicente Lecuna, Luis Brión, Manuel Cedeño, Tomás Montilla, Pedro Hernández y Francisco Conde. Y concibe entonces invadir los llanos de Calabozo y el proyecto de invadir Caracas. Los que critican el empeño de Bolívar de apoderarse de Caracas y lo toman como una vanidad del Libertador, olvidan, que Caracas era la sede del poder político y única plaza con recursos suficientes para mantener la guerra, a su alrededor se levantaban las ricas haciendas de los señores mantuanos, y además comunicaba con el Puerto de La Guaira, lo que le confería condiciones estratégicas de primer orden; y de hecho los españoles lo primero que hicieron en la reconquista de Venezuela fue tomar Caracas. Para el cabal desarrollo del proyecto, Bolívar giró instrucciones para la concentración de las tropas en Chaguaramas donde se encontraba el general Pedro Zaraza, mismas instrucciones que lo vimos girar a Piar en la campaña de Guayana y que girará a Páez y a Urdaneta cuando Carabobo. Concentrar fuerzas es animar la victoria.
Zaraza desobedece y pierde la república una oportunidad

Pedro León Torres es enviado con una compañía de granaderos y terminantes instrucciones para Zaraza de no presentar batalla hasta tanto no estuvieran reunidas todas las fuerzas de la campaña. Sin embargo Zaraza no obedeció la orden y le presentó batalla al brigadier La Torre en el sitio de la Hogaza el 2 de diciembre de 1817. 1.200 muertos y 300 heridos costó a la República este nuevo acto de insubordinación. Pedro León Torres a duras penas pudo salvar 500 hombres. Bolívar tuvo que regresar a Angostura, allí, desbaratado su proyecto de avanzar hacia Caracas, decidió unirse al ejército de Páez para enfrentar a Morillo que se había hecho fuerte entre San Fernando y Calabozo.
Páez se salva de un atentado

Páez que se encontraba enfermo en Achaguas se salvó gracias a su malicia de un atentado planeado por el realista Antonio Ramos, por instrucciones de Morillo que ordenó el homicidio de los jefes patriotas. Más tarde Tomás Renovales intentará asesinar a Bolívar en el Rincón de los Toros. Esta práctica vil era muy propia del conde de Cartagena, existen pruebas que confirman la intervención de Morillo en el intento de asesinato que sufrió Bolívar en Jamaica. Recuperado Páez de sus dolencias, el 17 de diciembre de 1817, efectuó un asalto contra San Fernando, defendida por Aldama y Calzada, pero fue rechazado, lo mismo le aconteció contra Apurito. Estos asaltos fallidos lo obligaron a replegarse a esperar mejores oportunidades.
El misterioso asesinato de Serviez

Días después de la batalla de El Yagual, ocurrió, en el caserío del Chorrerón, un misterioso crimen en la persona del general de brigada Manuel Roergas de Serviez que servía a la República desde 1812 y que había llegado desde Bogotá a Casanare, con dos mil hombres, a ponerse bajo las ordenes de Páez. Este crimen impune, atribuido a una banda de ladrones, lanza una sombra de sospecha sobre Páez. El Libertador le responde a Perú de Lacroix, en el Diario de Bucaramanga, quien le pregunta qué era lo que había de cierto sobre la muerte de Serviez: “De cierto, su asesinato en los llanos, pero nada acerca de su autor. Las sospechas del ejército, y aun la convicción de muchos generales, jefes y oficiales, cayeron sobre el general Páez. La rivalidad de éste con Serviez era grande, y también su enemistad. Sus méritos le ofuscaban y codiciaba su dinero; esto, a lo menos, se ha dicho. Unos jefes penetraron la intención del general Páez, o quizá hicieron más que penetrarla, la supieron, y advirtieron a Serviez que no se pusiera en camino. Este confiando en que entre sus compañeros de armas no podía haber asesinos, se puso en marcha y cayó bajo las lanzas en las cuales confiaba. Páez estaba entonces sin dinero, y poco después del asesinato y muerte de Serviez le vieron muchas onzas de oro en el juego. Es tan horrendo y tan atroz el crimen, que mi espíritu rechaza las vehementes sospechas que existen todavía contra el general Páez, y, desgraciadamente, sus sentimientos, sus acciones y su vida no concurren a defenderlo, sino que, antes bien, dan más fuerzas a la acusación y a todas las que puedan dirigirse contra su persona...”. Por su parte Páez, en su autobiografía, narra su versión de los hechos: “El general Servier (sic) se separó con mi permiso del cuartel general de Achaguas para ir a descansar al campo, por algunos días, de la fatiga de la guerra que había quebrantado su salud, y se dirigió al “Chorrerón”, lugar distante una legua (5.572 metros) de Achaguas, a la casa de una mujer llamada Presentación. Estando allí, cuatro hombres a caballo, según declaró esta mujer, se presentaron en las altas horas de la noche, y llamando a la puerta dijeron que llevaban una orden mía para el general. Contestó éste que se la mandasen; pero los hombres replicaron que era verbal y querían comunicársela a él en persona. Salió Servier (sic) a la puerta, y cayendo sobre él los bandidos, que debían ser algunos de los dispersos del Yagual, lo llevaron al bosque inmediato y allí lo asesinaron. Exquisitas diligencias se hicieron para averiguar el paradero de los autores del asesinato. La única testigo que había no los conoció, y ningún dato posterior se presentó nunca para saberlo ni sospecharlo”. También murieron asesinados en los llanos de Apure, en extrañas circunstancias, los coroneles Miguel Santana y Miguel Valdés de éste último dice Páez que murió en Guayana de un cáncer en la cara, y Rafael María Baralt que murió asesinado en el camino; y el granadino Luis Girardot, padre del héroe de Bárbula, Atanasio Girardot, que había pedido licencia para irse a Guayana, uno de sus asesinos fue apresado y pasado por las armas.
¿Cómo era Páez para esa época?

El médico inglés Jhon Roberton, que utilizó el seudónimo J.H. Robinson, hace una excelente descripción de Páez que recoge el doctor José Rafael Fortique: “La habilidad extraordinaria de este hombre es casi sobrehumana. Los españoles decían que conocían a muchos generales patriotas por sus espaldas, pero que a Páez lo conocían por su cara. Perennemente a caballo, sin zapatos ni medias, teniendo por toda indumentaria unos pantalones de tela áspera y un saco del mismo material, parecía estar presente en todas partes. Animado por ese ardiente espíritu e inigualable intrepidez que se hace más osado y desesperado en proporción a los peligros que lo rodean, estaba constantemente galopando de división en división. Su conducta no solamente le ha ganado, sino que le conservará el respeto, la admiración y la incondicional obediencia de cada uno de sus hombres”. Para ese momento Páez, “era muy musculado, con el cuello muy grueso, y tenía fama de ser uno de los hombres más fuertes y de mayor resistencia en las fatigas. Sus hombres lo querían, lo respetaban y le temían, aun dentro de esa especie de desorden que se veía en su campamento. (...) Manejaba a sus hombres a su antojo en las batallas y en las grandes marchas. Era inteligente por natural, y los llaneros, en su manera especial de decir las cosas, lo expresaban diciendo “que había nacido aprendido”. Muchos tenían a Páez como hombre autoritario que no le gustaba que le discutieran, que se sentía como el rey de sus llaneros y que nadie debía tener influencia sobre él, sobre todo en cuestiones de mando. Por otra parte se sentía contento y feliz en su medio, tenía un carácter alegre, amigo de los dichos maliciosos, de los refranes y chanzas, a veces hasta pesadas, que les gastaba a sus mismos compañeros. Parece que se sentía a sus anchas en su medio, y su pensamiento posiblemente no abarca un ideal mayor que el horizonte de su llano, y quizá no comprendía las altas miras que tenían otros jefes respecto a la finalidad de la guerra conjunta que se necesitaba hacer a las tropas del rey. De todas maneras hay que reconocerle todos los méritos que le corresponden como un héroe que fue capaz de poner al servicio de la causa patriota a los hombres de la misma región que antes habían servido con Boves a la causa del rey, y también se le debe reconocer que poco a poco fue progresando y arreglándose a los modales, conocimiento y pensamiento de los hombres más cultos que él, llegando por este camino a ser muy útil a la patria, tanto en la guerra como en la política” (Armando Betancourt Ruiz, “Memorias de un ordenanza”).


Publicado en Correo del Caroní el Viernes 2 de Febrero de 2007

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